Iolanta y Le Rossignol tratan de las impresiones sensoriales como metáforas del desarrollo de la personalidad.Ver es la clave en la obra de Chaikovski y el oído, en cambio, desempeña un papel decisivo en la obra de Stravinski.
Hay obras musicales que casi no precisan escenografías para despertar al instante la imaginación de los espectadores, como demuestra Manuel Schmitt en su producción de Salomé.
La ópera muestra la tragedia de Billy Budd, la destrucción de la inocencia, que recorre las óperas de Britten como un leitmotiv.El condenado acepta su destino.Poco antes de morir, canta un himno de alabanza al capitán.
La versión de Thiel está bastante apegada al original y se inscribe en la nueva tendencia actual de representarla según aquel modelo arquetípico.El escenógrafo Dieter Richter prescinde del kitsch y de las consabidas imágenes de una España de tarjeta postal en su ambientación para pintar una imagen más verista de la historia.
La producción de Schmitt del Otello de Rossini es literalmente un redescubrimiento y desempolvamiento que enriquece el repertorio del universo operístico de Alemania.
Werner Ehrhardt, un verdadero experto en interpretaciones historicistas, consiguió brillantemente sacar la velada de este vergonzoso lodazal y tanto los cantantes como los músicos, con réplicas de instrumentos antiguos, alcanzaron con exquisitez grandes alturas expresivas.
Cuando las mujeres se transforman en ángeles, los hombres marchan al infierno.La divinizada madona ya no puede regresar a la Tierra y los hombres que la adoran enloquecen.La forza del destino deviene en una cruenta matanza entre el cielo y el infierno.
En definitiva, los caballeros y las princesas medievales solo querían una cosa y la directora neerlandesa Jetske Mijnssen sabe de sobra cómo relatar este viejo cuento, ambientándolo en un pub irlandés en la década de 1960.
Brell, de 83 años, una leyenda viviente dentro del elenco del MIR, hace a la perfección, con voz asentada y flexible, el papel ligeramente grotesco del viejo Conde libidinoso Hauk-Šendorf en la búsqueda de una eterna satisfacción erótico-sexual.
La versión de cámara de Eugene Onegin para 11 músicos fue toda una grata sorpresa, aunque reclamara en algunas escenas el rico sonido de una orquesta de mayor tamaño (verbigracia el célebre vals del baile con cotillón).