Se presentaba como protagonista Aronica, un tenor al que habría que prestar más atención porque tiene nada menos que la 'antigua' escuela de canto italiana, y eso, unido a una voz potente, adecuadamente oscura y firme lo hace un firme candidato a este y otros roles difíciles de Verdi y otros autores que por fortuna he tenido la suerte de escucharle.
Sobre todo, y Martone debería pensarlo, Verdi era un pesimista y sabía, como Hugo, que no había (¿no hay?) victoria posible para los perdedores natos que se ilusionan con su grandeza al causar -o creer causar- la muerte de un tiranuelo.
Lo mejor de todo fue la maravillosa dirección de Viotti que, con la complicidad de la orquesta del Teatro, dio la mejor versión que jamás he escuchado en vivo, refinada, moderna, sensual pero pocas veces enfermiza, que no debería confundirse con decadente.
Un nuevo Festival Rossini con la guía artística de Raúl Giménez y bajo la égira de la Ópera de Cambra de Barcelona que suele presentar algunas funciones a final de cada curso en el Teatre de Sarrià vinculado a los Amics de l’Ópera de Sarrià.
Osborn se lució como actor y cantante de modo notable volviendo a su nivel en Cellini y haciendo olvidar su pequeño traspié en "Pescadores de perlas".Dominó la partitura de arriba abajo como si de un juego se tratara y superó su imponente prestación de la salle Pleyel de París con Minkowski.
Christophe Rousset demostró tanta solvencia dirigiendo como falta de intención tejiendo la complicidad entre el foso, el escenario y el talante rossiniano que necesariamente debe seducir al público para que un título así llegue a cuajar plenamente.
¡Con cuánta candidez disfrutábamos el último día de febrero de un año bisiesto (cumpleaños de Rossini, por cierto) de una obra, 'Il viaggio a Reims', en la que los personajes no podían viajar!
'Roméo et Juliette' está pensada para dos grandes estrellas del canto.Damrau es siempre una cantante de gran clase, pero no estuvo en su mejor momento, mientras Grigolo tiene una voz bonita, extensa, y esta vez hizo un loable intento por contener su ‘exuberancia’ escénica (que roza la exageración cuando no cae directamente en ella).
Schilling otorga al drama de Victor Hugo todo el protagonismo en aras de permitir que el texto se explaye en un espacio lo más diáfano posible.He aquí el primer pecado: desequilibrar la balanza y situar a la música en un peldaño inferior.