Discos
Por la puerta grande
Raúl González Arévalo
La figura de Manuel García está concitando cada vez más interés en el panorama lírico internacional. Desde la grabación hace más de dos décadas de sus canciones por Ernesto Palacio (Almaviva) y Teresa Berganza (Autor), han visto la luz algunas de sus óperas: Don Chisciotte (Almaviva), El poeta calculista (Almaviva), Le Cinesi (Harmonicorde), y L’isola disabitata (Wake Forest University), pero solo Il califfo di Bagdad ha llamado la atención de un director, un conjunto, unos solistas y un sello de alcance internacional, Archiv. Además, recientemente su figura y su prodigiosa familia musical han sido objeto de la primera biografía colectiva en castellano, obra de Andrés Moreno Mengíbar. Desde hace unos años la Fundación March está impulsando la recuperación de sus óperas de cámara, y en mayo de 2019 subirá al Teatro de la Zarzuela Il finto sordo. Manuel García está de moda y los tiempos en los que solo se le recordaba por haber creado el papel del Conte Almaviva en Il barbiere di Siviglia están definitivamente superados.
Con todo, su reivindicación como compositor, y no solo como intérprete, está pidiendo a gritos una oportunidad sobre el escenario, en un gran teatro, y con una de sus grandes composiciones, no solo las óperas de cámara. Hasta el momento solo Il califfo di Bagdad citado se ha abierto camino, con una gira encabezada por Christophe Rousset hace ya más de una década, aunque circunscrita a España (la obra se pudo ver en la Zarzuela de Madrid, el Palau de Barcelona y el Festival de Granada). Ahora el debut discográfico en solitario de Javier Camarena le pone de nuevo en el punto de mira, con un recital cuidado hasta en sus más mínimos detalles, que lleva el sello de su productora ejecutiva, Cecilia Bartoli, que ha desarrollado la fórmula que empleó con el célebre recital dedicado a su hija, Maria Malibrán (Decca). Para rematar la operación, el disco supone el primer lanzamiento de la nueva filial del sello británico: Decca – Mentored by Bartoli, con el que la superestrella italiana ha decidido patrocinar a través de su propia fundación nuevas grabaciones de artistas excepcionales. No cabe duda de que Javier Camarena lo es. Está a la altura de la patrocinadora, del homenajeado y del programa. Y ellos a la de él.
La selección de números presenta un equilibrio perfecto, con cinco pistas con arias del propio García –tres de las cuales son primicias absolutas–, cuatro de su gran amigo Rossini y una del periférico Zingarelli. El catálogo lírico del sevillano tiene óperas en español, francés e italiano. Con buen criterio y aprovechando el origen mexicano de Camarena, el recital incluye tres arias en castellano. “Yo que soy contrabandista” de El poeta calculista (1805), aunque grabada por el peruano Ernesto Palacio, realmente se dio a conocer con el recital Malibran de Cecilia Bartoli. Camarena le aporta un toque idiomático del que la romana carecía en su exótica visión folclórico-andaluza, sin histrionismos. Más allá de la fama del polo por media Europa, musicalmente me ha resultado más interesante la gran escena “Formaré mi plan con cuidado” de la misma ópera, que revela no solo lo bien que escribía para la voz, sino una inventiva y sentido dramático realmente sobresalientes, al igual que el aria de El gitano por amor, en los que el tenor está imbatible por dominio de la prosodia, tan trabajada que llega casi al extremo de olvidar el origen mexicano y acercarlo al modo español, sin forzar impostaciones extrañas.
Del resto de su producción se ha optado por dos arias francesas en detrimento de las óperas italianas, espacio reservado a Rossini y Zingarelli. La Mort du Tasse tuvo un éxito fulgurante en París, con veinticuatro representaciones en su estreno en 1821. El extracto de Florestan, ou Le Conseil des dix hace inexplicable el fracaso que obtuvo al año siguiente. La primera ofrece la orquestación más trabajada, compleja y variada de su catálogo. Realmente es sorprendente el modo en que García asimiló el estilo francés, aún deudor de la tragédie lyrique dieciochesca, con ecos declamatorios gluckianos y la experiencia parisina de Cherubini y, sobre todo, Spontini, de modo que la vocalidad no olvida la experiencia italiana, sino que saca provecho de ella de manera sobria, sin renunciar al despliegue de coloratura. En este sentido, no cabe duda de que el español fue precursor del propio Rossini antes de su traslado definitivo a París, y sin duda fue una de las influencias que culminaron en La dame blanche de Boïeldieu (1825). A buen seguro la experiencia como referencial Comte Ory, pero también como Tonio en La fille du régimen de Donizetti (1840) y Horace en la posterior La Colombe de Gounod (1866), ha sido preciosa a la hora de conjugar el dominio de la prosodia francesa –aunque el buen trabajo de Camarena no esconda su menor naturalidad en ella– con una escuela de canto italo-española. El mexicano se confirma como un estilista versátil, conocedor de las exigencias de la escuela gala, necesaria para entender de qué manera García se ganó a los franceses batiéndolos en su propio territorio. Dos títulos que exigen una recuperación integral inmediata, que bien podría venir patrocinada por la Fondazione Palazzetto Bru Zane, que desde Venecia está haciendo una labor impagable por el repertorio francés romántico con grabaciones indispensables. Y si pueden contar con Camarena, mejor.
Giulietta e Romeo de Zingarelli (1796) aún aguarda una grabación. La representación en forma de concierto en el Festival de Salzburgo en 2016, encabezada por Franco Fagioli y Ann Hallenberg podría haber sido una excelente ocasión. Tenemos que conformarnos por el momento con el aria de Capuleto “Là dai regni”. La ópera de Zingarelli, a diferencia de la homónima de Vaccaj –que también espera su oportunidad– no fue escrita en estilo romántico, sino en el clasicista, aunque seguramente García, que la representó en Nueva York, la embellecía mucho más de lo que ha hecho Camarena en esta ocasión. Ha sido una buena elección, como podría haberlo sido también elegir arias del Achille de Manfroce (1812), Medea in Corinto (1813) y Cora (1815) de Mayr, La gioventù di Enrico V de Hérold (1815), óperas que estrenó todas en Nápoles. De hecho, en el disco había aún sitio para incluir un aria más: sí, el recital, como todo lo que tiene que ver con los tenores, el español y el mexicano, se hace corto.
He dejado para el final Rossini, con el que se ha alcanzado una solución de compromiso. Del Cisne de Pesaro García estrenó Elisabetta, regina d’Inghilterra como Norfolk y Almaviva de Il barbiere di Siviglia. Aunque se le ha descrito como baritenor, y de hecho cantó papeles estrenados por Andrea Nozzari, como Otello y Agorante (Ricciardo e Zoraide), lo cierto es que el español cantó más papeles de contraltino, incluyendo los de Giovanni David, como Ilo (Zelmira), Don Narciso (Il turco in Italia), Don Ramiro (La Cenerentola) o Idreno (Semiramide). De ahí que, con buen criterio, se haya decidido evitar el Moro de Venecia para ofrecer la gran escena del menos transitado –pero no menos exigente– Agorante y el extenso dúo de amor de Rinaldo (otro papel de Nozzari) y Armida, que García ofreció en concierto en Londres en 1824, pero que nunca abordó íntegro. Aquí la química con Cecilia Bartoli hace que salten chispas, como cuando compartieron escenario y grabación en Le Comte Ory, en mayor medida que en Otello, donde Camarena encarnaba Jago. La romana, que grabó un recital dedicado a Colbran en los inicios de su carrera, pone su talento dramático al servicio de la maga y logra convertir la pista en uno de los puntos álgidos de la grabación. Ojalá vuelvan a colaborar en integrales.
A pesar del magnífico nivel alcanzado con los papeles serios, Camarena da más de sí en la ópera cómica. Ya sea por experiencia o por afinidad, el aria de Don Ramiro está sobrada de agudos y coloratura. Con todo, la parte del león se la lleva “Cessa di più resistere”, todo un atrevimiento en la era Flórez y tras la estela Blake. Aunque Camarena no sea un tenor de agilidad nata, está muchísimo mejor que los Benellis, los Araizas, los Hadleys y tantos otros que han osado grabarla. Hay gusto sin exceso en las variaciones, insolencia en los agudos y ligereza en las escalas. El único límite, como en otros pasajes largos y rápidos de coloratura, está en una producción semiaspirada más que ligada del sonido, pista del trabajo que hay detrás. Se trata de un aspecto menor, que los puristas no dejarán de observar, pero que no desmerece en absoluto el logro mayúsculo del recital.
Para la parte orquestal la Bartoli también ha prestado “sus” Musiciens du Prince-Monaco, cuyos instrumentos originales suenan maravillosamente empastados, plenos, cálidos, redondos y brillantes a las órdenes de Gianluca Capuano, que ha sabido captar las diferencias estilísticas de todos los repertorios para enriquecer ulteriormente un disco que se convierte automáticamente en un clásico contemporáneo, referencia absoluta de la recuperación de un compositor y un repertorio que aún tienen mucho que ofrecer. Camarena ha debutado en solitario por la puerta grande.
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