En el programa, «Mozart y sus contemporáneos», Ólafsson explora el juego de luces y sombras en la música del genial compositor austríaco, se dedica a sus obras favoritas y las pone en diálogo con composiciones de Haydn, C.P.E.
Geniushene consigue siempre interioridad, aún en las piezas en que pareciera algo inalcanzable.La pianista resuelve siempre los escollos con asombrosa naturalidad.Éstos se esfuman como por arte de magia cuando ella los aborda decididamente.
Los 'Tres sonetos de Petrarca' son cosa seria, tanto por la densidad del texto como por la música de Liszt nada fácil ni para el cantante ni, por descontado, para el piano.Olivieri se mostró perfectamente a tono y ‘sorprendió’ con una unción, una interioridad que en ópera sólo ha podido demostrar -y no hasta ese punto- en un par de títulos a la vez que hizo frente a las dificultades de la escritura.
Ayudado por la profundidad del canto y la seductora redondez del Steinway, Tony Yun pasa de la claridad a la generosidad de medios, de la línea límpida del discurso a los vuelos más ardientes de la fantasía con una facilidad que no es demostrativa, sino profundamente sentida.
Íntegramente dedicado a los Lieder, el programa no incluye ningún aria de ópera, pero sin embargo se asemeja a una velada operística de alto octanaje.Una de las razones es la presencia de Robin Neck, un joven cantante que rezuma potencial como para llegar muy lejos tanto por su calidad vocal como por su capacidad fascinante para llegar al núcleo de un texto y encarnarlo con todo su corazón.
La relación entre Walter Legge y Wilhelm Furtwängler fue conflictiva.Legge como productor de HMV era un profesional inteligente, autoritario y con un profundo conocimiento de la música.Furtwängler no concebía que discutiesen sus criterios artísticos, era desconfiado respecto al mundo discográfico y a veces en el estudio de grabación se mostraba inseguro.
No importaba si era una joven virtuosa en gira artística, una estresada madre de siete hijos pequeños o una célebre música, si era una cotizada profesora de piano o si estaba siendo sometida a una terapia por un brazo dolorido.
El Teatro de la Zarzuela vio por vez primera cómo brillaron de nuevo las elevadas facultades canoras de soprano lírica de agilidad que atesora Lisette Oropesa, en la que prepondera un mórbido registro central y unos firmes agudos, espléndidamente emitidos, a lo que une una presencia carismática en el escenario que atrapó al espectador desde su primera interpretación