Wuppertal, lunes, 28 de junio de 2021.
Historische Stadthalle am Johannisberg (Ayuntamiento histórico sobre la colina de San Juan). Igor Levit, piano. Franz Schubert, Pieza para piano en mi bemol menor D 946 nº 1. Franz Liszt, Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor op 55 "Heroica“ S 464/3. Bis: Dmitri Shostakovich, Vals-Scherzo de Siete danzas para muñecas. Klavier-Festival Ruhr 2021. 50% del aforo, por las medidas de prevención e higiene contra la pandemia de coronavirus.
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Observamos en Igor Levit actualmente un bajón en su disposición a asumir riesgos. La Pieza en mi bemol menor es una de las tres íntimas piezas para piano que compuso Franz Schubert en 1828, poco antes de su muerte, siguiendo los pasos de los exitosos Impromptus y Moments Musicaux, y que no se publicaron hasta 40 años después, cuando Johannes Brahms las difundió con intervenciones propias.
En la primera de ellas, concebida originalmente como un rondó en cinco partes, Schubert decidió en el último momento suprimir la segunda sección central, de modo que la obra de aproximadamente 10 minutos se presenta en la forma de A-B-A en tres partes.
Igor Levit comienza el Allegro Assai como surgido de la nada; ni que alguien hubiera subido el volumen del amplificador de sonido. Hay que reconocer que se pierde un poco el alegre, llamativo y punteado motivo principal. Tal vez sea intencionado, ya que Levit destaca la voz de acompañamiento; se advierte aquí un murmullo hipernervioso y febril. ¿O es que al comienzo simplemente le salió mal o fue demasiado tímido?
La pieza crea un ambiente sombrío, pese a los brillos mayores interpolados y los clímax enérgicos. La tonalidad, el tempo y la dinámica cambian varias veces y retratan a un Schubert urgente que se detiene repetidamente y al que no le queda tiempo. Levit elige precisamente un tempo muy acuciante, pero la sección media lenta es bastante estática. El contraste es demasiado evidente, demasiado poco orgánico, pero eso también parece ser exprofeso. Sin embargo, resulta soberbia la forma en que juega con los timbres, cómo mantiene la tensión interna, cómo ejecuta los arpegios y cómo evita la solidez de propuestas aburguesadas.
Pasamos ahora al mi bemol mayor: La 3ª Sinfonía de Beethoven, la Eroica (o Heroica), comienza con dos acordes que dejan claro, como los trallazos de un látigo, que se trata de un asunto serio. Levit los arranca del siguiente tema principal con una cesura que -seguramente también es cuestión de gustos- resulta ser un toque demasiado largo, de modo que suena como si quisiera pedir silencio; ¡atención, aquí vamos! Pequeñas cosas quizás, pero la impresión de los otros conciertos de Levit de que cada frase se desprende con lógica convincente de la anterior no siempre se dio en esta velada. Levit desarrolló el primer movimiento de la sinfonía de forma muy convincente, y la versión libre para piano de Franz Liszt mostró su propio encanto y en muchos momentos no solo hizo olvidar a la orquesta, sino que sonó como una obra original para piano (bueno, está claro que para los ataques repentinos en la coda hubieran sido de desear los metales).
Levit ya había cometido algunos errores antes, pero en los primeros compases del Scherzo falló tanto que se interrumpió y volvió a empezar el movimiento. Eso puede ocurrir, esto es algo en directo, y también se ha echado mucho de menos estos momentos en el confinamiento: música viva que surge del momento, no siempre perfecta, pero que responde a la situación. Mas Levit no acababa de encontrar el camino de vuelta, incluso la repetición se hizo un poco difícil, y a partir de entonces cambió a una especie de modo de seguridad: todo un poco más difuso, mucho trueno de acordes, a fin de que no importara demasiado realmente que fuera una u otra nota.
La acústica "romántica" de la gran sala auditorio de la Stadthalle de Wuppertal, con una reverberación bastante larga, hizo el resto, envolviendo amablemente al pianista. Se puede accionar en contra con claridad. A Levit no le gustó. Estaba disgustado consigo mismo. Claro que llevó el movimiento a un final seguro, pero la transparencia desapareció. Tampoco la recuperó del todo al cierre. Sin embargo, la ruptura que se suele sentir no existe en la versión para piano. Levit construye el movimiento de forma refinada, como si gradualmente fuera revelando un secreto. Sin embargo, los pasajes virtuosos aquí también resultan blandos, poco claros, perdidos en el virtuosismo de alguna manera. Al final, resulta ser un Beethoven que suena como Liszt (y por lo tanto no le hace justicia a éste).
La metedura de pata se cernía sobre Levit. Sus palabras antes del bis (desgraciadamente solo comprensibles fragmentariamente para quien no estaba en primera fila, sino en el centro de la sala) parecían indicar que sopesaba tocar otra vez el Scherzo. Pero en realidad se trataba del Vals-Scherzo de las Danzas de las Muñecas de Dmitri Shostakovich, un ciclo para niños y jóvenes -técnicamente sencillo, en comparación con el repertorio de Levit. Nada de riesgos en medio de este bochorno. Es adorable la forma desenfadada, mordaz e incluso arrebatadora con la que Levit interpreta esta escena infantil.
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