Alemania
Onegin el solitario
Juan Carlos Tellechea
El director Vitali Alekseenok, al frente de la orquesta Düsseldorfer Symphoniker, entregó este domingo una de las mejor logradas versiones de la ópera Eugene Onegin, de Piotr Chaikovski, con una puesta en escena del laureado regisseur Michael Thalheimer.
La musicalidad y sensibilidad de todo el elenco, con Ekaterina Sannikova, en el papel de Tatiana, y Bogdan Baciu, en el del dandi ruso, consiguió pintar un cuadro de sociedad de estilo chejoviano, a través de un muy sutil y logrado trabajo psicológico.
Si bien hubo abucheos al equipo de Henrik Ahr, y el vestuario diseñado por Michaela Barth, complementaron ese concepto de personajes atrapados en su vida interior. Una sensación de claustrofobia marca permanentemente la acción.
Las dos primeras representaciones de esta producción de Eugeni Onegin de la Deutsche Oper am Rhein se han grabado para su retransmisión en línea, que estará disponible gratuitamente en www.operavision.eu durante seis meses a partir del 23 de marzo de 2024.
Aclamada
Predominan aquí la leve elegancia mozartiana que admiraba Ovidiu Purcel) se despide de la vida, y por último el aria del príncipe Gremin (Bogdan Taloș), en la que explica cómo un guerrero de cabello cano puede verse atrapado en las trampas del amor (lo que explica también la renuncia final de Tatiana).
El gran logro de esta nueva producción de una de las óperas favoritas de Rusia, basada en la novela en verso homónima de Aleksandr Pushkin, reside en la excelencia de los cantantes que apoyan maravillosamente al dúo de las hermanas Tatiana y Olga (Ramona Zaharia). Bajo la diestra égida de Vitali Alekseenok los Düsseldorfer Symphoniker realizaron una magnífica interpretación de esta obra magistral, aclamada hasta el paroxismo por los espectadores que abarrotaban la sala de la Ópera de Düsseldorf.
Congelamiento
El tiempo se detiene en el opresivo cajón de madera instalado en la boca del escenario. Dentro, gavetas que pueden desplazarse hacia atrás o hacia adelante e incluso convertirse en escalinatas. La vida campesina, descrita por
La forma reducida con la que Thalheimer presenta ello, mostrando las emociones de sus personajes como un hierro incandescente, no solo muestra coherencia, sino autenticidad con este elenco de primera categoría. Fue una fiesta también para los cantantes, interrumpida a menudo por los efusivos aplausos y exclamaciones de aprobación del público.
Percepción
En la segunda escena, cuando el coro viene a entregarle obsequios a Larina (Katarzyna Kuncio), entre cantos y danzas, es más que notable la diferencia entre el Chaikovski de orientación occidental en su música y El Grupo de los Cinco, que tenía un espíritu auténticamente ruso; el alma del pueblo llano, de la burguesía, de las clases altas, de ese sentimentalismo exaltado que oscila constantemente entre la alegría y la desesperación
Es en esta anfibología donde reside la riqueza de la historia, no en los grandes autores que cualquiera citaría en primer término, verbigracia Fiodor Dostoyevski o Leon Tolstoi, sino en Pushkin. Pushkin, el amado poeta nacional, cuyos versos todos los rusos conocen de memoria, cuyas paredes de Moscú están tachonadas de placas que recuerdan que pasó por allí y por allá (es difícil no leer: Aquí, Pushkin comió pierogui cierto día).
Con la ambigüedad añadida de una atmósfera oprimente, en la que se presiente el derrumbamiento de un mundo antiguo, se justifica la fecha de 1878. Ese año Chaikovski escribió su ópera, pero evidentemente era mucho menos imaginable en la época en que se desarrolla la historia, 1820, en tiempos de Pushkin.
La corte de los zares
La única razón de ello es reforzar la idea (pero esto no interesa necesariamente al director, que juega con la intemporalidad) de la inmovilidad de esa sociedad, una inmovilidad que durará cien años. Thalheimer insiste mucho más, utilizando a Onegin el solitario como portavoz, en el profundo aburrimiento de esta vida provinciana en la que la perspectiva de un modesto baile basta para hacer creer a ese pequeño universo que ¡esto es la corte de los zares!
Tatiana, una joven soñadora y ávida lectora de historias de amor, ve llegar a la finca de su madre al prometido de su hermana Olga, Lenski, acompañado de un amigo rico, el dandi Oneguin. Tatiana se enamora inmediatamente de Oneguin, que la rechaza amablemente (pero con crueldad), alegando que no es apto para el matrimonio. Amor, no; hábito es lo que mantiene unidas a las parejas.
Un malentendido sentimental y los dos amigos se convierten en enemigos irreconciliables, hasta el punto de que Oneguin mata a Lenski en un duelo. Unos años más tarde, Oneguin, de regreso de un exilio forzoso en el extranjero, conoce por casualidad a Tatiana, convertida en la princesa Gremin, y se da cuenta de que es a ella a quien ama; pero entre su corazón, aún enamorado, y su deber, Tatiana elige la dignidad de ser fiel al viejo príncipe que la acogió.
Un gozo musical
Las tres magníficas arias (el aria de la carta dura casi un cuarto de hora) se responden mutuamente bajo la batuta de Vitali
Sobre todo, se sufre con el Lenski de
La velada se convierte así en una magnífica obra de cámara entre Lenski y Olga, Tatiana y Oneguin, en la que pequeños gestos como los juegos de dedos de los amantes o la breve subida de Oneguin a una silla con los brazos extendidos -solo en este enorme escenario vacío- nos muestran todo el drama de la vida con sus oportunidades perdidas y sus decisiones equivocadas.
Excelente reparto
La Tatiana de Ekaterina
La alegre y vívida Olga de Ramona
Las dos damas, Katarzyna Ulrike Helzel, la conmovedora niñera Filipievna, están muy bien, con sus agudos. También es muy divertido el improbable acento de Sergej Khomov como monsieur Triquet, el viejo emigrante francés que canta un aria a la antigua usanza, más cerca de André Grétry que de Mozart.
Por último, Bogdan
Tedio y dramatismo
Como ocurre siempre con todas las producciones de Eugenio Oneguin, el primer acto se hace largo cuando no se lo alimenta con una escenografía o una acción más variada (la representación del tedio surte su efecto y aburre). En todo caso es una idea notable insistir en el aria de la carta, en todas las palabras que animan a Tatiana a prever el fracaso de su intento de amor. Presagia además el hecho de que en la escena del baile se convierte en una especie de cadáver viviente, congelada ante un Oneguin casi indiferente.
Del mismo modo el aria de Lenski es totalmente la despedida de un hombre ya muerto. Pero Thalheimer eleva a Ovidiu Purcel, impidiéndole alimentar su desesperación con una serie de gestos o preguntas. La escena del baile tiene una crueldad balzaciana y permite ver a Michael Thalheimer como un laureado hombre de teatro, al colocar a Oneguin siempre solo (así también termina) en medio de la multitud, casi como un vampiro de mal brillo en la tierra de los vivos. Prolongadas y merecidas ovaciones cerraron la velada lírica en Düsseldorf.
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