La nueva producción confiada a Livermore fue más o menos tradicional, con todos sus ‘estilemas’ y una Venecia desangelada y brumosa (al parecer tal como la vería la Cieca, que si lo era no sé si vería algo).
As partituras originais teriam sido reunidas ao longo do tempo, entre o final do século XVIII e boa parte do XIX.Finalmente, para as salvar do deterioro teriam sido copiadas no Álbum durante as décadas centrais do século XIX, tendo possivelmente servido como instrução de guitarra a várias gerações dos Torres Adalid.
Y es que a las obras maestras, quieras que no, no les hacen falta muchas explicaciones.Cada uno sale con lo que quiere, y siempre hay para que cada persona y cada época, extraiga lo que le interesa.
No sabía en qué estado estaría la que ha sido una de las grandes especialistas de la pirotecnia vocal, pero me daba igual, lo importante era poder escucharla en directo.
La parte escénica es una estupidez.No están mal los telones plásticos de colores, que en sí mismos son bonitos, ni las proyecciones de rectángulos coloridos entre los que predomina -vaya uno a saber por qué- la bandera italiana.
Há aqui um grande trabalho por fazer na recuperação desta música de câmara com guitarra, que soou na Corunha no início do século XIX e que hoje ajuda a ilustrar o ambiente guitarrístico galego não unicamente da perspectiva do instrumento solista, ou popular, mas também do intenso cultivo camerístico por parte da burguesia galega.
Sobre el escenario se exhibe además una obra de un artista formado en la Academia de Arte de Düsseldorf, en este caso del escultor Michael Dekker con su obra plástica espacial "Inclussion", que hace referencia no solo a una conexión física en diálogo con la orquesta y cada uno de sus músicos, sino en un espacio invisible y a nivel sinestético-imaginario con las composiciones de Schumann y Mendelssohn.
En Dresde no es necesario contrarrestar la guerra con el 'Cant dels ocells'.Toda la ciudad es un testimonio constante de memoria y de apelación a la paz por encima de todo
Este gran salón con butacas rojas, presidido por un retrato enorme de Franco vestido de cazador y sus condecoraciones, un día de junio de 1954 acogía el examen de fin de carrera de una joven y atractiva pianista que estaba a punto de hacerse Carmelita Descalza.
La soprano argentina Silvia Baleani -destacada intérprete del repertorio mozartiano, rossiniano y belcantista- falleció el pasado 18 de mayo en Milán.Casada con el director de orquesta Donato Renzetti desde 1984