DVD - Reseñas
Farinelli en Ruritania
Raúl González Arévalo
La recuperación de Hasse parece encaminarse ya por una senda sólida, la que merece quien fue considerado el mejor compositor de su generación, por delante de Haendel, cuya producción de madurez no salió prácticamente del Reino Unido (y cuando lo hizo, fue sin su permiso, como ocurrió con el Rinaldo napolitano de 1718). Exceptuando la lejana grabación de Cleofide por William Christie (Capriccio 1986) hace ya 33 años (es hora de revisitar esa partitura), ha tenido que esperar al siglo XXI para ser escuchado con más asiduidad: en 2013 Max Emanuel Cenčić le dedicó un recital monográfico (Rokoko, Decca) al que siguió la grabación y gira con Siroe, re di Persia (Decca también) al año siguiente. Entre tanto, en 2012 el siempre inquieto Festival della Valle d’Itria se había adelantado proponiendo la primera versión de un título mítico, Artaserse, que vio la luz en Venecia en 1730.
Con el mismo libreto que la ópera de Vinci estrenada en Roma a distancia de siete días (y grabada excelentemente por Erato), el caro sassone contó con un reparto absolutamente estelar, encabezado por Farinelli (Arbace), acompañado por Francesca Cuzzoni como su amada Mandane y otro castrado mítico, Nicolino, como malvado Artabano. El éxito de la ópera fue tal que el compositor volvió sobre el libreto para componer dos versiones más, en 1740 y 1760. La grabación de Dynamic supone la primicia absoluta de la obra en cualquier formato (también la publicó en CD). Hasta entonces apenas se conocía el aria “Pallido il sole”, que cierra de forma brillante el segundo acto y fue calificada por Charles de Brosses como “una de las más bellas de las setecientas u ochocientas arias que he ordenado copiar de diversas óperas”. El griego Aris Christofellis realizó un primer acercamiento (y de “Per questo dolce amplesso”) en su clásico Hommage à Farinelli (Emi 1988), que en los albores de los contratenores era toda una referencia; poco después el alemán Jochen Kowalski dejaba una grabación referencial (Capriccio 1992), no superada por un Andreas Scholl menos incisivo (Heroes, Decca 1999). La propia Sonia Prina que asume el papel aquí la incluyó en el disco colectivo Baroque Divas (Decca 2013), donde a pesar de que el instrumento había pasado su mejor momento, se reivindicaba como experta en el estilo patético, dando una lección magistral.
En cualquier caso, como en tantas otras ocasiones en las que un aria hace la fortuna de una ópera, también aquí sería injusto reducir el mérito de la obra a su éxito fulgurante. Como en cada ocasión que me acerco a este compositor –tengo que incluir aquí su serenata Marc’Antonio e Cleopatra, también estrenada con Farinelli– quedo deslumbrado por su magisterio e inventiva, musical y dramática. Más allá de la disponibilidad de un libreto y un reparto de primer orden en su época, en todo momento hay una intención teatral y una variedad en el enfoque de las situaciones que supera con mucho el tratamiento formal de los clásicos affetti barrocos. Lo demuestra de forma irrebatible, en primer lugar, las arias del verdadero protagonista de la obra, el Arbace de Farinelli.
No es ningún secreto que la capacidad técnica del famoso castrado es un desafío para cualquier intérprete actual. Y aunque Franco Fagioli se ha centrado en papeles de otros mitos barrocos como Caffarelli (con las grabaciones de Adriano in Siria de Pergolesi con Decca y el recital monográfico en Naïve) y Carestini (Catone in Utica de Vinci), en esta ocasión hace doblete encarnando el mismo papel que en la ópera de Vinci, estrenado asimismo por este último. Como en todas esas ocasiones, la demostración artística del argentino es suprema. El dominio de la coloratura es sobradamente conocido, y aquí fascina de nuevo, de la inicial “Fra cento affanni e cento” al desenfreno de “Parto qual pastorello”. Sin embargo, también hace gala de otro virtuosismo más sutil y complicado, con base en arcadas de sonido sostenidas por un fiato y un legato de manual, como requieren “Lascia cadermi in volto”, “Se al labbro mio non credi” –cargada de un patetismo que compite sin problemas con la célebre versión de Riccardo Broschi, precisamente hermano de Farinelli– y sobre todo “Per questo dolce amplesso”, que puso en el candelero Vivica Genaux con su célebre recital con René Jacobs (Harmonia Mundi 2001). Una creación absoluta digna del mejor canto barroco.
A su lado el papel de Mandane está sorprendentemente escaso de coloratura, aunque es cierto que la Cuzzoni era famosa por la delicadeza del canto y el uso del trino. En el momento del estreno estaba en la cima de su carrera, después de haber creado para Handel Teofane, Cleopatra, Asteria y Rodelinda entre más de diez papeles. Tras su paso por Viena se instaló en Italia y, precisamente con Farinelli, estrenó en el mismo teatro que este Artaserse, el San Giovanni Crisostomo, la Idaspe de Broschi, otro título pendiente de recuperación. Mandane está cercana a la Rodelinda handeliana por el predominio del estilo patético en el papel, como revela desde la presentación con “Conservati fedele” y el aria que cierra el primer acto, “Che pena al mio core”. La soprano italiana mantiene la cabeza alta frente a Fagioli, y aunque causa una menor impresión frente al despliegue apabullante del argentino, una escucha sosegada confirma su adecuación a la parte y su nivel sobresaliente: “Va’ tra le selve ircane” posee la autoridad dramática necesaria, basada en una técnica muy sólida y un fraseo incisivo, convirtiéndose en otro punto álgido de la grabación.
El tercer pilar del trío principal es el Artabano de Sonia Prina. La contralto italiana ya había demostrado su afinidad con los papeles de Nicolino, como el Rinaldo handeliano, del que también ha dejado un magnífico retrato en DVD (Opus Arte). En general causa una excelente impresión, como en la celebérrima “Pallido il sole”, en la que resulta sencillamente memorable, convirtiéndola en uno de los grandes momentos de la grabación. Además, siguiendo la costumbre de la época y para contar también con cinco números, como los otro dos personajes principales, interpola un aria del Montezuma de Vivaldi, más exigente en materia de coloratura de lo que previó Hasse para su papel, “S’impugni la spada”, inclemente en la longitud de las escalas y la velocidad con la que la aborda aunque, salvo por algún apuro, ofrece una buena versión.
Los demás personajes tienen un tratamiento musical y dramático secundario, con arias más breves y menos complicadas. Anicio Zorzi Giustiniani cumple bien con las demandas del personaje que da título a la obra, Artaserse, pero quien realmente logra brillar a pesar de la mayor brevedad de su cometido es Rosa Bove (Semira) con su rica voz de contralto: su desempeño merece cometidos de mayor calado y compromiso.
A diferencia de lo que el festival hizo el año pasado en su versión del Rinaldo de Handel-Leo, para el que contó con una orquesta de instrumentos originales, La Scintilla, en esta ocasión encomendó la parte instrumental a la formación residente que asume el cometido de mayor calado cada año, la Orchestra Internazionale d’Italia. Más acostumbrada a tocar obras de Clasicismo (Paisiello, Cimarosa) y belcanto raro (Mayr, Bellini, Mercadante, Meyerbeer), es patente la menor comodidad al tocar este Hasse, cuyo sonido recuerda cómo sonaban algunos Handel y Vivaldi con orquestas modernas en el siglo XX, aunque se ha intentado adecuar la sonoridad reduciendo el número de músicos. Probablemente en manos de otro conjunto especializado el resultado habría sido mejor. Tampoco se puede descartar que algunos desajustes se deban al doble cometido de Corrado Rovaris, que dirige bien en general desde el clave (como recuerda constantemente la toma visual), con la dificultad que conlleva, aunque fuera práctica corriente en la época. Con todo, el resultado final es más que notable en general.
La puesta en escena no tiene ninguna relación con la Persia antigua en la que está ambientado el drama. En algunos elementos me recordó la línea propuesta por Graham Vick en la mítica Ermione de Rossini desde Glyndebourne (NVC ARTS 1995). La producción dirigida por Gabriele Lavia está ambientada de modo impreciso entre el siglo XIX y el XX, según se puede deducir por los uniformes militares de los personajes masculinos. Un tardorromanticismo que subraya la trama de honor, justicia y amor, que bien podría estar ambientada en El prisionero de Zenda (1952), basada en la novela de Anthony Hope (1863). Es decir: Farinelli en Ruritania.
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