DVD - Reseñas

Lacerante Violetta

Raúl González Arévalo
viernes, 20 de diciembre de 2019
Giuseppe Verdi: La traviata, ópera en tres actos con libreto de Francesco Maria Piave (1853). Richard Eyre, director de escena. Andrew Sinclair, director de la reposición. Bob Crowley, diseñador. Jean Kalman, iluminación. Jane Gibson , directora de movimiento escénico. Ermonela Jaho (Violetta Valéry), Charles Castronovo (Alfredo Germont), Plácido Domingo (Giorgio Gérmont), Simon Shibambu (Doctor Grenvil), Germán E. Alcántara (Baron Douphol), Aigul Akhmetshina (Flora Bevoix), Thomas Atkins (Gaston de Letorières), Jeremy White (Marquis d’Obigny). Royal Opera Chorus. Orchestra of the Royal Opera House. Antonello Manacorda, director. Subtítulos en inglés, francés, alemán, japonés, coreano. Formato vídeo: NTSC 16:9. Formato audio: Dolby Digital, DTS Digital Surround. Un DVD de 136+13 minutos de duración. Grabado el 23 y el 30 de enero de 2019 en la Royal Opera House, Covent Garden, de Londres (Reino Unido). OPUS ARTE OA1292D. Distribuidor en España: Música Directa.
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La producción de La traviata de Richard Eyre para Covent Garden tiene un cuarto de siglo. Estrenada en 1994, ya ha sido objeto de dos DVDs, el primero el año de su estreno, cuando Georg Solti se estrenó a la batuta con el título a la par que lanzó al megaestrellato a Angela Gheorghiu (Decca). La segunda tenía su razón de ser también en una protagonista, Renée Fleming, amada sin discusión en el circuito anglosajón, muy discutida cuando abordaba repertorio italiano en el mundo latino (Decca, 2009).

La única justificación para una tercera grabación de la misma producción solo podía sustentarse en una grandísima estrella o en una grandísima protagonista –circunstancia que, demasiadas veces, no coinciden–. Ermonela Jaho no es una estrella mediática al nivel de la rumana y la americana. Pero la albanesa, en su repertorio, es una grandísima artista, como he tenido ocasión de señalar en estas mismas páginas con sus grabaciones de la Giovane Scuola, Zazà de Leoncavallo i Le Willis de Puccini. Algunos podrían alegar, no sin razón, que la competencia ahí es mucho menor, aunque también ha firmado una de las mejores Madama Butterfly de los últimos tiempos. Con todo, Verdi es otro cantar por los requisitos del compositor. Y sobre todo, Violetta, el gran personaje al que aspira prácticamente toda soprano, de lírico ligeras a spintos más pesadas, total, ya se dice que el papel requiere tres voces, una por acto, y cada una saca mejor partido al que mejor le va.

¿Qué Violetta es Ermonela Jaho? Actualmente la albanesa se podría encuadrar como lírica plena, a la que la explotación del registro de pecho le permite abordar papeles más pesados, propios de una spinto. Y, sobre todo, es una intérprete que no juega sus cartas tanto sobre la belleza de la voz (como, por ejemplo, la Fleming), salvo por su capacidad para filar el sonido y ofrecer unos pianissimi espectaculares; antes bien, es una artista consumada de la palabra, tanto por dicción inmaculada como por la intención dramática que pone al acento, jugando además con los colores, sin miedo a los sonidos feos si con ellos logra su cometido como confirma en frases clave (“Ebben, l’amo”, “È tardi!”, “Gran Dio, non posso”). Una óptica que la pone sobre la senda de Callas y Scotto. En definitiva, una actriz-cantante en igualdad de términos, porque ciertamente no se trata de anteponer la palabra por limitaciones técnicas en el canto. De otra manera, Verdi no lo resistiría, y casi ningún papel, a excepción de algunos veristas, a condición de que los aceptáramos mal cantados.

Sorprende en el primer acto la agilidad que despliega. Hay que recordar entonces que hace poco más de una década fue una de las Anna Bolena de moda, de nuevo sobre la estela de Callas, más comedida y más lograda que la de su gran epígono, Elena Souliotis. Más allá del brindis, recuerdo pocas intérpretes tan expresivas en la gran escena que cierra el primer acto, que supieran diferenciar tan bien entre el carácter melancólico del aria y el desenfreno alocado de la cabaletta. Ciertamente, no están los fuegos artificiales de Sutherland, Sills o Devia, y evita el sobreagudo de la tradición. Pero al mismo tiempo suena más cómoda que una Tebaldi, por ejemplo. Y, sobre todo, hay teatro, mucho teatro. Y del bueno.

En el segundo acto asoma la gran intérprete trágica que anida en sus actuaciones, no tanto en el dúo con Germont, más contenido, como en el breve con Alfredo y, sobre todo, el final del segundo acto, donde domina con un hilo de voz toda la escena y se impone con fuerza al conjunto. Una Violetta realmente rota, difícil que no conmueva al espectador porque la gestualidad acompaña a la perfección al personaje. Quienes sean partidarios de las interpretaciones hiperrealistas quedarán conquistados por su composición moribunda en el tercero. Aquí el maquillaje y la iluminación son decisivos. El grito “È tardi!” tras la lectura de la carta es absolutamente desgarrado, en el límite del estilo, al que vuelve con el “Addio del passato” y el dúo final.

En definitiva, respecto a sus dos competidoras de producción, se acerca a la línea de Gheorghiu, buena actriz también, y se distancia de la visión de señorona rococó de Fleming. En líneas generales, dentro de la videografía del título, como equilibrio entre canto y actuación me quedo con Anna Netrebko desde Salzburgo (DG), pero de la veintena de DVDs entre los que se puede elegir a día de hoy probablemente Ermonela Jaho sea la mejor actriz, la más veraz y creíble, con la única excepción del ejemplo aislado de la Dessay, que sin embargo tenía que hacer de la necesidad virtud y con un material menos adecuado ofrecía un retrato tan referencial como el de la rusa (Warner Classics).

Respecto al resto del reparto, Frank Lopardo era un Alfredo mediocre con Gheorghiu; de Joseph Calleja, que canta mejor, molestaba el trémolo caprino que le afectaba con Fleming, de modo que sin duda Charles Castronovo es quien sale mejor parado, por belleza y lozanía vocal. De moda en los últimos tiempos, lo cierto es que una escucha detenida apunta a una interpretación poco variada, que insiste sobre todo en el aspecto juvenil y el ardor impetuoso, como confirma en particular el segundo acto. Para una visión más introspectiva y matizada, Piotr Bezcala sea probablemente la mejor opción audiovisual (ArtHaus).

Respecto a Giorgio Germont, mucho mejor Leo Nucci, gran verdiano, que Thomas Hampson, ajeno al estilo del de Busseto. Plácido Domingo nunca fue un gran Alfredo, tanto menos lo es Giorgio. A estas alturas de su carrera las figuras juveniles de barítono como el Conde de Luna de Il trovatore no le convenían ciertamente. El conocimiento profundo del estilo y el fraseo verdianos, y su capacidad escénica, le han permitido dejar buenos retratos de Macbeth y, sobre todo, de Simon Boccanegra, aprovechando el estado vocal para rematar el retrato dramático. Por físico, los papeles de padre (Rigoletto, Jacopo Foscari, Giacomo de Giovanna d’Arco) le convenían absolutamente. Pero si Foscari y el campesino francés padre de la santa son personajes menores en la galería verdiana y no es tan complicado dejar una buena figura, en cuanto hay otros elementos de comparación (basta recordar a Carlos Álvarez como Giacomo en la Scala) el carisma no es suficiente para aguantar su propuesta. En este sentido, Giorgio Germont está mejor que el Conde de Luna, pero de todos los demás es el más flojo.

El intérprete madrileño vive de rentas y su nombre no debería ser a estas alturas razón para una grabación (Jaho sí), tanto menos reclamo para adquirirla, a menos que uno sea fan irredento. Más allá del fiato acortado de forma evidente por razones naturales, su personaje parece un tanto perdido, musical y dramáticamente, lo que en última instancia difumina la autoridad que debe emanar de su figura. Resulta excesivamente empático con Violetta en el dúo del segundo acto, y carece del impacto vocal que requiere la imprecación en el segundo final, “Di sprezzo degno”. En última instancia, más allá del nombre, es evidente que el resultado no está a la altura de sus compañeros. Hay que saber retirarse a tiempo, o al menos, rechazar la grabación de un papel para preservar el propio legado.

El coro y la orquesta del Covent Garden están tan bien como acostumbran, absolutamente desenvueltos, líricos y teatrales. Pero hay cierta rutina porque la dirección de Antonello Manacorda, que debutaba en el teatro, no arriesga como podía y debía, en especial con semejante protagonista. Hay apoyo a los intérpretes y buenas intenciones, pero no altos vuelos. Aquí Solti se lleva la palma. Pero claro, Solti no hay más que uno.

La puesta en escena de Eyre sigue siendo eficaz, aunque excesivamente tradicional en sus planteamientos, por más que sirva bien al drama. Con algún despliegue exótico tipo paella de las Ramblas de Barcelona durante la fiesta en casa de Flora, gustará a los espectadores más conservadores. Sin embargo, para semejante espectáculo va mucho mejor la concepción anticuada de Renée Fleming que el fraseo lacerante, hiriente por momentos, de Ermonela Jaho. Sin menoscabo de la gran protagonista que es la albanesa. Si acaso, pone más aún de relieve lo vetusto de los decorados y del vestuario.

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