Discos
Música contra una pandemia
Raúl González Arévalo

No deja de resultar curioso que Philippe debutara en disco con un oratorio –Sedecia, re di Gerusalemme de en Virgin Classics (2000)– pero haya cimentado su carrera sobre la ópera.
De ahí que, de alguna manera, este último lanzamiento, dedicado a arias de oratorio barroco italiano, representa una vuelta a los orígenes discográficos, después del último monográfico centrado en Cavalli, Ombra mai fu.
Registrado en plena pandemia –incluyendo el retraso en las sesiones de grabación– el intérprete, que también dirige su propio conjunto Artaserse, como en anteriores grabaciones, aborda con sagacidad piezas conocidas con otras inéditas (siete, nada menos).
Combina autores fundamentales a los que ha dedicado monográficos como Handel y Caldara con otros menos frecuentados como Fortunato Chelleri, Antonio Maria Bononcini, Nicola Fago y Pietro Torri, de cuyo La vanità del mondo toma título el álbum.
De la misma manera que Joyce quiso reflexionar sobre la guerra y la paz después del impacto de los atentados de París de 2015, Jaroussky ofrece su propia introspección en medio del paisaje desolado que deja el coronavirus a su paso. Ciertamente, el título del recital viene al pelo, pues el COVID-19 nos recuerda con crueldad sostenida la fragilidad de la vida, particularmente en un Occidente engreído que se cree dueño de la Tierra que nos cobija.
Como siempre, las piezas están ofrecidas de modo que el contraste entre unas y otras exalte sus valores individuales y la versatilidad del intérprete en una combinación perfecta. Entre las arias más reposadas era de esperar la excelencia con la que brillaría en la celebérrima “Lascia la spina” –ese legato–, así como la puesta en valor de la belleza casi hipnótica de “Dormi, o fulmine di guerra”, la nana de La Giuditta de Scarlatti. Sin embargo, el punto álgido lo alcanza con Morte e sepultura di Christo de
Es probable que tenga que ver el hecho de que fue escrita para Giovanni , con cuyo repertorio tiene una indudable afinidad y a quien ya dedicó un álbum soberbio hace exactamente quince años.
Caldara es también autor de otra de las primicias, ahora en el marco del canto fiorito, “Control l’empio s’impugni la spada” de su Assalonne –de mayor impacto que “Amar senza penar”, de la Santa Ferma del mismo compositor– en la que confirma que no ha perdido un ápice de agilidad y seguridad con la coloratura, como en otra exclusiva, “Caderà, perirà” de Dio sul Sinai de Chelleri.
El francés mantiene intactas las características vocales que le han hecho famoso, la luminosidad del registro agudo, el fiato, la dicción inmaculada o el dominio de las agilidades. Si acaso, hay más calidez y cuerpo en el medio y el grave, de modo que las interpretaciones son menos angelicales y más terrenales, con más carne, lo que va bien al sufrimiento humano que busca retratar.
El
Si la música amansa las fieras, ojalá que “Dormi, o fulmine di guerra” aplaque el virus. O al menos el sufrimiento que provoca. Claro que para eso mejor apelar a la responsabilidad individual, porque, puestos a reflexionar, a la vista de la repetición de errores colectivos tras la primera ola y cuando no salimos de la segunda que nos metemos en la tercera, me temo que seguimos instalados en la vanità del mondo.
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